Leonardo da Vinci en el Castillo real de Amboise

El funeral de un hombre sencillo
El 23 de abril de 1519, «considerando la certeza de su muerte y la incertidumbre de su hora», Leonardo da Vinci dictó testamento. Solicitó ser enterrado en la colegiata del Castillo Real de Amboise, cuya aguja podía ver desde la ventana de su dormitorio en Clos Lucé. De acuerdo con sus deseos, sus restos fueron llevados por la ciudad en una procesión de unas sesenta personas pobres y figuras religiosas, sin pompa. Así falleció la mente más grande de su tiempo y uno de los artistas más grandes de la historia.


Un descubrimiento arqueológico impresionante
344 años después, las excavaciones arqueológicas en las ruinas de la colegiata dieron lugar a un descubrimiento. Entre otros sarcófagos, se extrajo el cuerpo de un hombre, cuya tumba presenta inscripciones que evocan a Leonardo da Vinci. Unas cuantas medallas, datadas a principios del reinado de Francisco I, confirman esta hipótesis. Se trata, en efecto, de los presuntos restos del maestro italiano. Los huesos están enterrados en la Capilla de San Huberto, construida por Carlos VIII. Numerosos visitantes de todo el mundo siguen acudiendo allí para rendir homenaje.
Figura clave en el apogeo de Amboise
Leonardo da Vinci descansa para siempre en Amboise. En el mismo lugar donde solía deslumbrar al rey y a la corte con suntuosos espectáculos pirotécnicos y fiestas de disfraces. Así, en junio de 1518, organizó allí la famosa Fiesta del Paraíso. Todos los presentes alabaron la suntuosidad de los trajes y el ingenio de los mecanismos. Estos permiten que sus instalaciones funcionen al son de una música suave y relajante. Una vez que se restableció la paz y la tranquilidad, Leonardo paseaba por las estrechas calles de la ciudad y, a veces, instalaba su caballete en alguna esquina. Prueba de ello es el famoso dibujo a sanguina que representa una vista del castillo real desde las alturas de Amboise.
