Leonardo da Vinci en el Castillo de Clos Luce

Reflexiones finales
El 23 de abril de 1519, sintiendo el peso de los años cada vez más pesado sobre sus frágiles hombros, Leonardo da Vinci dictó testamento. Acostado en su cama en el Manoir du Cloux, repartió sus bienes entre sus compañeros más cercanos, los más fieles entre los fieles, y sin duda recordó sus últimos tres años pasados en Amboise. A su lado estaba Francesco Melzi, su aprendiz más talentoso, quien trabajó para embellecer los muros de la mansión y completar algunas de sus obras más famosas. Battista da Villanis, su devoto sirviente milanés, quien lo ayudó con tanta devoción como un hijo a su padre. Y, por supuesto, Mathurine, la fiel cocinera, que se esforzó durante tres años para satisfacer los peculiares hábitos alimenticios de su anfitrión.


La vida en el Manoir du Cloux
Tres años antes, en el otoño de 1516, Amboise bullía de actividad. Todos querían capturar una imagen del artista italiano más famoso cruzando las murallas de la ciudad. Francisco I, un joven rey de 22 años, gran amante del arte y de las «cosas bellas», estaba encantado de poder codearse con un hombre cuya experiencia, sabiduría y creatividad eran indiscutibles. En su pequeña mansión de ladrillo rojo, Leonardo da Vinci lo recibió con sencillez, compartiendo sus pensamientos, reflexiones e ideas.
Una mente efervescente
En su estudio de la planta baja, la mente efervescente de Leonardo se ocupaba de proyectos tan diversos como el drenaje de las marismas de Sologne, la organización de fastuosas fiestas para el disfrute de la corte e incluso el diseño de un palacio monumental en honor al rey. Absorto en sus pensamientos, Leonardo da Vinci apenas percibía el paso del tiempo, día tras día, a pesar del deterioro de su salud. Prueba de ello son estas breves palabras garabateadas apresuradamente en un pergamino: «Me detengo esta noche, porque la sopa se está enfriando…». Una mente extraordinaria falleció el 2 de mayo de 1519 en Clos Lucé.
